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Las vajillas silenciosas

Las vajillas silenciosas

Todos los objetos que vemos a diario son examinados y valorados casi instantáneamente. En este proceso, nuestros valores, nuestra cultura, y nuestros conocimientos actúan para determinar esa valoración del objeto y consecuentemente la manera que nos aproximamos a él.

En definitiva, la vajilla nos da información y el usuario identifica cosas. Por ejemplo, puede identificar el material, una determinada estética que puede relacionarse con un periodo histórico, prever el peso y otras cosas.

En general, todos identificamos que un plato con compartimentos, en material plástico y de un determinado tamaño podría tratarse de una bandeja de hospital, aparecer en un vuelo de avión o en un centro colectivo. Claro, se trata de una bandeja que se utiliza en un “rack” de distribución de alimentos para colectivos, por ejemplo.






Las vajillas silenciosas tratan de no aportar significados, o al menos, cierta desaparición de la atención en ella. La función de la vajilla silenciosa seria dar el máximo de protagonismo a la receta, al emplatado, a la elaboración. La vista se fijará en la parte comestible y no el marco, que en definitiva es la herramienta de transporte y servicio de la comida.

Dificil tarea, digamos. Para ello pueden utilizarse diferentes estrategias, como por ejemplo, mimetizarse con la superficie donde se sirve, el mantel. Al menos tener el mismo color, o quizás hasta la misma textura.

Estos ejercicios son los causantes de las vajillas desarrolladas en su momento para Mugaritz, Diverxo y Enigma.


Para Mugaritz se buscó un color muy similar a la mantelería y unas formas no demasiado reconocibles, o muy abstractas o formas que antes no habíamos visto para no identificarlas demasiado, en el contexto del silencio que buscamos.

En Mugaritz, este ejercicio cobra sentido además por la delicadeza de las elaboraciones y permitir el mínimo de expectativas.



En Diverxo, la primera edición del lienzo plato buscaba la reproducción incluso de la textura de la mantelería. Aunque luego, con el ejercicio de imprimir diferentes texturas de tejidos en la superficie de las vajillas, apareció todo un catálogo de texturas que parecieron interesantes y aportaban diversidad en las piezas.




En Enigma se optó por formas simétricas, redondas exactas, blanco puro, para que el lienzo fuera neutro, curvas suaves, siempre igual en todos los emplatados (de una parte de la experiencia) para no aportar información no necesaria.




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